
Te echo de menos desde el primer día. Desde el primer segundo. Te echo de menos desde el momento en que te inventé. Desde ese instante en que decidiste pasearte por mis sueños, para quedarte. Para invadirme con toda tu risa y con tus mordiscos noctámbulos.
Te echo de menos porque te inventé con todas esas cosas que a mí me gustan. Con cerezas en las orejas y con el pelo naranja. O azul. Eso era lo de menos. Te echo de menos porque conseguí que siempre me respondieras con guiño final, con puntos suspensivos. Y claro, no puedo dejar de pensar como te gustaba jugar con mis uñas rojas como si fueran piezas de dominó. Y claro, tampoco puedo olvidarme de como buscabas mis alas. Tatuadas. Dibujadas. Bailadas.