Bopal se pasa la vida tocando los pies. Los mira, los esculpe algunas veces y otras, los dibuja. Bopal se alimenta de pies y de risa.
Bopal estaba enamorado de una europea rubia y un tesoro en el pie. Llevaba tatuado una flor, sí, de esas a las que les quitan los pétalos y te dicen si sí o si no. Si vienes o vas. Si te querrán o no. Bopal jugaba con esos pétalos y esos pétalos eran precisamente la salvia de Bopal.
A Bopal siempre le salía que sí. Daba igual que empezara por la derecha o por la izquierda. Siempre era un sí. Siempre vivía un sí. Pero un día, la chica rubia y de ojos de azúcar voló. Se fue demasiado lejos. Su flor se ahogo de tanto regarla. Y la cabeza de Bopal también. Ahora, en ella, solo navegan pájaros llenos de risas y ternura. Ahora Bopal busca en los pies de la gente esa flor, esos pétalos.
Bopal busca, navega sin zapatos entre los pies de sus “princesas”. Y yo, sólo puedo regalarle el sonido de los cascabeles que decoran mi pie, y su tatuaje. Pero el mío no es una flor. Al mío, no se le arrancan los pétalos. El mío no dice si sí o si no.
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Bopal un maravilloso chico que se quedó atrapado en la locura del desamor. Del amor que se va para no volver jamás. Su chica, desde las profundidades, le regala pétalos y yo, desde aquí, abrazos.
¿Es posible la locura del des-
amor?